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jueves, 30 de diciembre de 2010
miércoles, 29 de diciembre de 2010
sábado, 25 de diciembre de 2010
sábado, 18 de diciembre de 2010
Taller El Normalista: Tres poemas Corteses
Taller El Normalista: Tres poemas Corteses: "DÉCIMA A UNA PENÉLOPE DISTINTAEra bastante pesado:Penélope destejíalo tejido en todo el día,mas no daba el sí anhelado;si a ti te hubiera to..."
lunes, 13 de diciembre de 2010
domingo, 12 de diciembre de 2010
martes, 30 de noviembre de 2010
lunes, 29 de noviembre de 2010
sábado, 13 de noviembre de 2010
martes, 9 de noviembre de 2010
jueves, 4 de noviembre de 2010
Cuando tu corazón se abra
Cuando tu corazón se abra, llena de vida, la flor perfumada del amor, recuerda que alguien la plantó un día dentro de ti.
Cuando tu corazón se ilumine con el suave colorido de la puesta del sol, recuerda que alguien amaneció contigo.
Cuando
... el fuego de la pasión queme tu corazón, consumiendo todas tus fibras en
la inmolación del placer, recuerda que alguien encendió esa llama.
Cuando tu corazón esté bordado de sueños dorados, tejidos con hilos de luz de luna, recuerda que alguien coloreó tu mundo interior.
Cuando
la noche te encuentre con el corazón partido y angustiado por las
amarguras recogidas en el día, recuerda que hay alguien puede esperarte
con el pañuelo en la mano.
Cuando el insomnio te haga dar
vueltas desesperadamente en la cama, recuerda que alguien puede sembrar
sueños de paz en tu mente.
Cuando la soledad te
oprima y tu grito no encuentre eco, recuerda que allá, del otro lado,
alguien ama tu compañía y entiende tu clamor.
Cuando
tus secretos no quepan más dentro de ti, amenazando romper los diques de
tu alma, recuerda que existe alguien dispuesto a recogerlos y
guardarlos con el cariño y la dignidad que tú esperas.
Cuando
en tu corazón habite el azul del cielo, la calidez del sol, el gorjeo
de los pájaros, el perfume de las flores, la nostalgia del atardecer, el
encanto de las mañanas, la serenidad de los lagos y la sonrisa de la
ventura, recuerda que alguien ha tocado tu corazón con la varita
milagrosa del amor.
¡TÚ, que amas y vives en el
contradictorio mundo del arco iris y de la oscuridad, de la calma y de
la agitación, de la paz y de la inestabilidad, sabe que existe alguien
más que habita en tu planeta!
En las horas felices, comparte con ella tus sonrisas, en las horas de soledad, ve, levántate y búscala dondequiera que esté.
¡NO mires el reloj! ¿Qué importan las horas?
La vida es tan corta, no hay tiempo que perder!
Tú
que amas, si tienes el coraje y la sencillez de hacerlo así, abre tus
labios y canta el milagro del amor, porque sólo el "amor" aproxima a las
personas y hacen que hablen el mismo lenguaje...
Autor: Anónimo
Beshis… mag…
Fotos de Nahui Cosmiklove - Fotos del Muro, de su Facebook.
Implicaciones de la Conducta Comunicación Efectiva
Implicaciones de la Conducta Comunicación Efectiva
¿Por qué es importante que adquieran mejores habilidades en la comunicación? Vamos a considerar tres razones.
Crecimiento Personal:
Una de las razones por qué es importante aprender a comunicarse más eficazmente a través de la comunicación es que puedo ser quien soy y te conviertes en quien eres. Somos más que nuestros cuerpos físicos, más que piel y huesos. Lo mental y lo emocional, junto con la constitución física "yo" y que "usted". A través de comunicación que usted y yo descubrir los nombres de las cosas sobre nosotros y, más importante aún, los significados de las cosas acerca de nosotros. A través de comunicación que usted y yo desarrollar el lenguaje para que podamos identificar y describir las cosas acerca de nosotros, incluso identificar y describir a nosotros mismos. A través de la comunicación desarrollar nuestra personalidad. Pero nuestro desarrollo mental y emocional no se detiene a los cinco años, o trece años, o después de graduarse de la secundaria-que sigue. Para cada uno de nosotros, la calidad de nuestra comunicación afecta a la calidad de nuestra vida. El vínculo entre la comunicación y la salud mental es evidente. ¿Se puede pensar y expresar mis pensamientos con claridad? ¿He aprendido a ser abierta y de confianza? ¿Puedo dejarme ser conocido por los demás? O tengo miedo y temor? Estoy retirado de los demás y de mi mundo? Estas son cuestiones directamente relacionadas con el desarrollo de la comunicación de uno. Por estas razones, el crecimiento personal es uno de los principales objetivos del estudio de la comunicación.
Nahui (. * • ° ♥ ° • * '). ♥ ☆ - (Fundación de la comunicación) -
Publicado Por Especialidad de Inglés, ENSM. en 17:43 Correo-e: http://languageandcultureopeningminds.blogspot.com/2010/09/overview-of-communication-2.html
lunes, 25 de octubre de 2010
domingo, 24 de octubre de 2010
sábado, 23 de octubre de 2010
PANTEÓN DE LA ENSM 2010
PANTEÓN DE LA ENSM 2010
Prof. Benjamín Cortés Valadez
Un cordón umbilical
se extiende cada vez peor:
une Normal Superior-
Coordinación Sectorial;
mandato dictatorial
a cada área la embarga
y sin verle fin se alarga
el nocivo continuismo:
al más barato y lo mismo
sólo falta la botarga.
La muerte de suyo impía,
al escuchar tristes quejas
llegando hasta sus orejas,
paró lo que sucedía:
con muertos desde ese día
quiere regresar cordura:
el retén ya más no dura,
de lo que mucho me alegro;
en Dirección, moño negro,
y en grandes letras: Clausura.
Y luego entre carcajadas
sigue con el mismo tren:
cámaras por “nuestro bien”
que había recién instaladas
sirvieron para que ampliadas
mostraran fotografías,
no de profes, tuyas, mías,
que serían acusadoras,
sino de subdirectoras
cuando se quedaron frías.
Con su afán de destrucción
y en venganza, quién lo duda,
enmochiló en forma ruda
a jefas de división,
a las que en extremaunción
quería ayudar un notable;
pero lo más deplorable
fue que en ese forcejeo
la ayuda quedó en deseo:
veinte almas en lo insondable.
Después sonó la campana:
junta de coordinadores
y ahí en medio de dolores
hoy la muerte los hermana;
siguiendo costumbre sana
de que hubiera una minuta
uno hay que no se inmuta
y en ello saca constancia
de que la parca, en flagrancia,
del panteón los lleva en ruta.
Pero en esa condición
de morir hay quien se jacta
de que firmaron un acta
como Santa Inquisición
pero con gran sumisión
para esos continuismos;
pero ya en esos abismos
vieron su gran desacato:
firmar contra el sindicato
fue atentar contra ellos mismos.
De muerte casi en extremo
una sicosis confirmo:
decía un profe: si no firmo
me van a mandar mi memo;
ya no firmó y ahora temo
que aunque hubo fallecimiento
de profesores, sin cuento,
por esa firma faltante,
en la quincena, no obstante,
les llegará su descuento.
Sufrían el mismo terror
también los trabajadores;
movimientos represores,
según, de su salvador;
mas la muerte a su clamor
también le encontró respuesta
y aunque murieron, hay fiesta
porque al final la justicia
terminó con la malicia:
sólo ayuda al que se presta.
Los alumnos normalistas
también ya chuparon faros;
si les gustaban los paros,
les llegó hasta a los faltistas;
ya no hay ¡presente! en las listas,
todos muertos ese día;
no fue la cafetería
ni de copias altos precios,
fueron los embates recios
de la muerte en rebeldía.
Por toda esta horriblidad
ya no hay Escuela Normal;
en lápida sepulcral
yace su comunidad
por toda la eternidad;
mas su amor fue tan sincero,
que hoy sin duda afirmar quiero
que la historia de esta escuela
la vemos en gran secuela
en el facebook de un bloguero.
Ojo de cámaras ciego
ya no toma a las parejas
que en las bancas y en las rejas
se besan sin que haya ruego;
pero fue tanto el apego
de alumnos, que ahora que vino
la muerte a darles con tino,
dice epitafio fatal
que ellos y su gran Normal
merecían mejor destino.
Noviembre 2, 2010.
miércoles, 20 de octubre de 2010
El Idealista
Es idealista, el que sabiendo
lo difícil que puede ser el camino,
no elegiría ningún otro,
es el que duda constantemente
de lo que la mayoría acepta,
es el que tiene principios
y nunca los contradice,
es el que se ríe de sí mismo
y nunca de sus semejantes,
es el que se entrega a un ideal
en cuerpo y alma,
es el que siente verdaderamente
que lo esencial es invisible a los ojos,
es el que se revela ante la injusticia y la rutina,
es el que construye y nunca destruye,
es el que al ver la realidad
trata de crear su propio mundo,
para darle sentido a su existencia.
Autor desconocido.
Tomado del Muro de mi amiga: Isabel Bruno.
sábado, 16 de octubre de 2010
La Razón Dorada.
El número áureo o de oro (también llamado número dorado, razón áurea, razón dorada, media áurea, proporción áurea y divina proporción) representado por la letra griega φ (fi) (en honor al escultor griego Fidias), es el número irracional:
1,618...
¿Dónde está el número áureo?
El número áureo lo puedes encontrar si divides tu altura por la altura de tu ombligo al suelo.
Es la relación entre las abejas macho y hembra de cualquier panal del mundo.
Es la relación entre las espiras de la concha de los caracoles
La relación entre la distancia del hombro a los dedos y la distancia del codo a los dedos.
La relación entre la altura de la cadera y la altura de la rodilla.
La relación entre el diámetro de la boca y el de la nariz.
etc, etc, etc........
¿Sabias que una persona se considera más bella cuantas más veces se repite el número áureo en su anatomía.?
El número áureo se obtiene también en La Sucesión de Fibonacci
Consideremos la siguiente sucesión de números:
0, 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 55, 89...
Cada número se obtiene sumando los dos que le preceden (por ejemplo, 21=13+8; el siguiente a 34 será 34+21=55). Esta sucesión es la llamada "Sucesión de Fibonacci" (Leonardo de Pisa 1170-1240). Los cocientes (razones) entre dos números de la sucesión, se aproximan más y más al número de oro cuanto más altos son, por ejemplo 89/55=1,618....
Los pétalos de las flores siguen normalmente esta sucesión 2, 3, 5, 8, 13........
Las ramas y las hojas de las plantas se distribuyen buscando siempre recibir el máximo de luz para cada una de ellas. Por eso ninguna hoja nace justo en la vertical de la anterior. La distribución de las hojas alrededor del tallo de las plantas se produce siguiendo la secuencia de Fibonacci.
Pero si quieres saber más sobre la divina proporción, pon los altavoces y ve el siguiente vídeo:
sábado, 9 de octubre de 2010
El Premio Nobel de Literatura de 2010, concedido a Mario Vargas Llosa
El narrador y el maestro
El Premio Nobel de Literatura concedido a Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) reconoce una de las obras más sólidas de la literatura contemporánea. Las siguientes páginas son un homenaje al narrador, ensayista, dramaturgo, director de cine y maestro cuya mayor enseñanza es el irrenunciable ejercicio de la libertad.
Mario Vargas Llosa se interrumpe a sí mismo. Se acomoda los lentes a media nariz, desliza una lenta mirada a su alrededor y lanza una pregunta:
—¿Ustedes creen que los personajes de Los miserables conmueven por su humanidad?
La respuesta la soltamos en coro casi todos los estudiantes:
—Sí.
El maestro arquea las cejas, se quita los lentes y los avienta sobre las hojas que tiene desperdigadas en su escritorio. Casi grita:
—¡Pues no. Lo que conmueve es su in-hu-ma-ni-dad! Son unos monstruos quisquillosos e inhumanos. Ignorantes del deseo carnal. Algo que contrasta con Víctor Hugo, que hacía el amor constantemente, incluso con sus sirvientas.
El asombro flota en la clase y la pasión hierve dentro del profesor:
—Hugo pensaba que a su novela le venía bien el título de Las miserias. Luego lo cambió por Los miserables, que quiere decir las víctimas, los pobres, los dolientes. Un mundo lleno de mal en espera de que el bien resplandezca. Es como el gran teatro del mundo, ¿no?
La mayoría de los alumnos somos extranjeros y hemos venido este 2003 a Santander, al norte de España, con la intención de comprender las funciones del narrador en la obra literaria: cómo es, de qué está hecha, cuáles son los secretos de su construcción, sus temas, la relación del texto con el momento histórico en el que se escribe.
Las novelas de Mario Vargas Llosa suscitan elogios. Sus ensayos, en cambio, generan discrepancias.
—Siempre me lo dicen: “Usted es un gran narrador, pero sus opiniones sobre política y economía, pues…” Yo soy un liberal en todo, en las novelas y en los ensayos. Pero respeto las interpretaciones de la gente”.
Formado en la tradición literaria francesa y en el liberalismo anglosajón, Vargas Llosa utiliza una serie de referencias reales y autobiográficas para crear un mundo ficticio en el que el lector siente que vive otras vidas. Es la verdad de las mentiras, diría él mismo. En los años cincuenta del siglo pasado estudió en el Colegió Militar Leoncio Prado y su experiencia la incorporó a La ciudad y los perros. Su primer matrimonio fue con su tía, Julia Urquidi, una relación que le inspiró La tía Julia y el escribidor. Cuando fue candidato a la Presidencia de Perú y perdió la elección ante Alberto Fujimori hizo de El pez en el agua una catarsis.
Pero además de contar historias, reflexiona incesantemente en los cursos que imparte en distintas universidades del mundo o en varios artículos acerca del proceso de creación. En “El viaje a la ficción” dice: “Inventar historias y contarlas a otros con tanta elocuencia como para que estos las hagan suyas, las incorporen a su memoria —y por lo tanto a sus vidas— es ante todo una manera discreta, en apariencia inofensiva, de insubordinarse contra la realidad real. ¿Para qué oponerle, añadirle, esa realidad ficticia, de a mentiras, si ella nos colmara? Se trata de un entretenimiento, qué duda cabe, acaso del único que existe para esos ancestros de vidas animalizadas por la rutina que es la búsqueda del sustento cotidiano y la lucha por la supervivencia. Pero imaginar otra vida y compartir ese sueño con otros no es nunca, en el fondo, una diversión inocente. Porque ella atiza la imaginación y dispara los deseos de una manera tal que hace crecer la brecha entre lo que somos y lo que nos gustaría ser, entre lo que nos es dado y lo deseado y anhelado que es siempre mucho más. De ese desajuste, de ese abismo entre la verdad de nuestras vidas vividas y aquella que somos capaces de fantasear y vivir de a mentiras, brota ese otro rasgo esencial de lo humano que es la inconformidad, la insatisfacción, la rebeldía, la temeridad de desacatar la vida tal como es y la voluntad de luchar por transformarla, para que se acerque a aquella que erigimos al compás de nuestras fantasías”,
Foto: Sonambulus Pin Campana
Con las canas bien peinadas, el traje y la corbata impecables, las explicaciones bien pensadas y unas notas como apoyo, Vargas Llosa es un maestro que habla con mucha seriedad y concentración. Con pasión, sobre todo.
Todas las mañanas entraba al salón del segundo piso del Palacio de la Magdalena, sede de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, en la cumbre de una colina rodeada por el mar Cantábrico, e instalaba el silencio. Comenzaba:
—Bien, ayer nos quedamos en…
Hablaba durante poco más de una hora y luego se disponía a contestar las preguntas de sus estudiantes. A veces dirigía su mirada hacia la ventana, como si ese mar azul turquesa intenso le aclara las ideas.
Las hojas de nuestros cuadernos quedaban repletas de apuntes. Un día llegó y dijo:
—Elegí un título para la clase de hoy: “La vena negra del destino”.
Entonces comenzó a hablar sobre el azar y la casualidad en los personajes de una novela, como elementos que dan vida y suspenso al argumento. Volvió al caso de Los miserables: “Es una novela llena de encuentros fortuitos, instintos, predisposición, determinismo, todo conjugado con el mal y el bien, lo justo y lo injusto. Y así el narrador hace que los personajes interpreten un libreto impuesto, como si la vida fuera una partitura ya escrita”.
Luego comparó a Víctor Hugo con Flaubert: “El primero es el autor de la última novela clásica con un narrador narcisista, y el segundo es el que realiza la novela moderna, en donde el narrador es como Dios: está presente en todas partes y nunca es visible. Con Flaubert los personajes parecen tener más libertad y no se nota tanto la determinación del narrador”.
Enseguida, ante la sorpresa de muchos, aclaró: “El narrador de la novela no es, ¡nunca!, el autor. Es siempre un personaje inventado, el más importante de la novela, sobre todo cuando es invisible. El autor es de carne y hueso. Pero el narrador sólo existe en el tiempo de la historia”.
Vargas Llosa acudía con gusto a dar clases porque, según él, se adentraba así en una especie de laboratorio en donde podía “poner a prueba un proyecto libresco”:
—Son muy amables en esta Universidad. Me dejan venir a sus cursos para hablar de mis cosas. Y me resulta divertido hablar de lo que estoy haciendo. Es como ponerme a prueba: ordeno y organizo mis notas.
Era cierto: dos años después de este curso publicó un libro acerca de Víctor Hugo y Los miserables, titulado La tentación de lo imposible.
Varias veces, al final de la clase, el maestro abría la puerta y se encontraba con una pequeña fila de gente que estaba esperándolo con la ilusión que les firmara algún libro. Si no tenía prisa escribía con calma la dedicatoria y conversaba unos instantes con cada uno. Había una pregunta recurrente: “¿Por qué no le dan el Premio Nobel de Literatura?” Él sonreía a medias y contestaba: “Eso habría que preguntárselo a la Academia Sueca.”
Seis años después de aquel curso en Santander, Vargas Llosa es, por fin, el maestro que el Nobel ganó.
Víctor Núñez Jaime
Tomado del Suplemento "Laberinto" del Diario "Milenio".
Asombrosas Curiosidades Matematicas
Tomado del Muro de Facebook de: Yuliana Ramirez Balderas, enviado a su vez por Mike; alumnos de la Especialidad de Matemáticas de la Escuela Normal Superior de México, ENSM.
jueves, 7 de octubre de 2010
miércoles, 6 de octubre de 2010
lunes, 4 de octubre de 2010
domingo, 3 de octubre de 2010
sábado, 25 de septiembre de 2010
Vicente Rojo
“Una editorial se conoce por su catálogo”
Ediciones Era cumple este mes cincuenta años de haber publicado su primer título. En esta conversación, Rojo cuenta el origen de este proyecto y recuerda la manera como cambió su vida al llegar a México, donde en 1960 se inició como diseñador gráfico y hoy es considerado uno de los artistas más importantes de su generación.
Diseño gráfico
Llegué a México en mayo de 1949 —aquí estaba mi padre de refugiado desde el 39 y yo prácticamente no lo conocía, porque lo había dejado de ver a los siete años. Él sabía algo de mi vocación, que desde entonces era muy clara: dibujar, recortar, pegar, y me preguntó: “¿Qué quieres hacer?” Como en Barcelona yo había trabajado desde los trece años y la escuela me asustaba, le dije: “Quiero trabajar”.
Él tenía un amigo en el Diccionario Enciclopédico UTHEA, que estaba haciendo un grupo de refugiados españoles, me recomendó con él y comencé a hacer dibujitos de línea para el diccionario: caras, flores, máquinas, mapas. Dibujé casi toda la letra C. Eso fue en el 49.
A principios del 50, o sea hace sesenta años, un amigo que ahora es maestro emérito de la UNAM, Federico Álvarez, me dijo que Miguel Prieto, también refugiado español, necesitaba un asistente en la oficina de ediciones del INBA. A partir de entonces mi vida, que se había transformado con mi llegada a México, encontró realmente una posibilidad de desarrollo.
Unos meses después, el mismo Prieto me llevó como asistente al suplemento México en la Cultura, en Novedades. Ahí conocí a Fernando Benítez, que fue mi segundo gran maestro y entrañable amigo durante cuarenta años.
Aprendí diseño gráfico con Miguel Prieto en una época en que no se había desarrollado en México una teoría o una práctica del mismo —Prieto era conocido como tipógrafo o maquetista. El diseño gráfico, tal como lo aprendí y lo he practicado, tiene que ver con la difusión cultural. A mí me interesa que el diseño sea bueno, estéticamente eficaz, pero si se trata, por ejemplo, de la portada de un libro, la idea es que ese libro se lea, que la portada sugiera su contenido y despierte el interés de los lectores.
Los diseñadores jóvenes han enloquecido un poco con la facilidad que les da la computadora, una máquina extraordinaria que les permite, en primer lugar, tener muchísimas fuentes de tipografía, lo que era impensable cuando me inicié con Miguel Prieto. Nosotros manejábamos siete, ocho, doce tipos de familias y ahora, supongo, hay mil o más que se pueden extender, inclinar, poner sobre un fondo de color que se ve enseguida en la pantalla, cambiar de fondo. Pienso que esa facilidad ha pervertido el diseño entre los más jóvenes, y veo publicaciones que son muy difíciles de leer, con muchas propuestas de imágenes que impiden el papel real del diseño gráfico, que es ayudar a la lectura, a la difusión de una publicación.
Para diseñar, es básico que el diseñador conozca el texto sobre el que va a trabajar, ya sea de un libro, de una revista o de un suplemento, es absolutamente necesario. Una de mis premisas cuando estaba en la Imprenta Madero, era que los muchachos tenían que saber exactamente sobre qué y para qué estaban diseñando.
El diseño es un arte aplicado, tiene una parte de creación pero ésta tiene que cumplir una función con respecto al texto, si no la cumple deja de ser diseño y deja de ser arte.
Deslumbramiento
Lo primero que descubro al llegar al México es la luz, que me deslumbra. Me enamoré del país, que para mí era un país de acogida, el país donde encontré a mi padre.
Para mí, llegar a México significó la libertad. Venía de años muy duros y aquí la vida se me abrió; aquí nací no por segunda, sino por primera vez, y mi desarrollo desde entonces ha sido armónico, siempre con amigos entrañables que me han querido y apoyado en mi trabajo.
A pesar de que yo era muy tímido, desde el principio comencé a relacionarme con el mundo cultural de México. En la oficina de ediciones del INBA veía a prudente distancia a Salvador Novo, Miguel Covarrubias, Julio Prieto, Luis Herrera de la Fuente, Luis Sandi, Fernando Gamboa, que eran jefes de departamento en el INBA. A Carlos Chávez, que era el director, nunca lo vi. Entonces, mi relación con la cultura mexicana tenía de dónde agarrarse muy bien.
Al mismo tiempo, como asistente en el suplemento cultural de Novedades, tenía que pasar a recoger textos a la casa de Alfonso Reyes, a la de Paul Westheim y a la de muchos otros de los que se reunían en torno a Fernando Benítez en México en la Cultura.
Era una época excepcional y tuve oportunidad de aprender en todo momento. Me interesé por la música y el arte popular, por el arte colonial, por todo el arte prehispánico que se desprendía de Teotihuacan, por la pintura mural, que me impresionó muchísimo. Yo venía culturalmente bajo cero y todas esas cosas —que en sí mismas tienen un gran valor— fueron descubrimientos fundamentales.
La ruptura
En Barcelona había estudiado dibujo, cerámica y escultura, pero los estudios era muy malos. Al llegar a México, aunque las escuelas me asustaban, fui seis meses a La Esmeralda y luego, por indicación de Miguel Prieto, a la academia de Arturo Souto, un pintor refugiado. Estuve yendo un par de años por la tarde, al salir de la oficina de ediciones del INBA —que yo encabecé en cuando Prieto decide retirarse.
Con esas bases mínimas, comencé a pintar por mi lado. Era un pintor de sábados y domingos, porque tenía mucho trabajo como diseñador gráfico. Sabía que como diseñador cumplía una cierta función cultural y por lo tanto social, y eso me permitía entretenerme como pintor —muchas veces he dicho que no era mi interés ser pintor, a mí me gustaba pintar, me gustaba hacer escultura, grabado, pero siempre pensando que eran actividades sobre las que yo no tenía que darle explicaciones a nadie. Tengo una enorme admiración por la pintura, por la historia de la pintura, y me cuesta mucho trabajo pensar que yo pueda estar metido en ella; prefiero pintar con absoluta libertad, sin preocuparme qué función está cumpliendo lo que hago.
En 1958, en la Galería Proteo, hice mi primera exposición —por cierto figurativa— que podría considerarse un error de juventud si no fuera porque ya tenía veintiséis años. A partir de ella, me habló por teléfono Manuel Felguérez, quien sigue siendo mi gran amigo, para que fuera a una reunión y nos conociéramos. Fui y ahí comencé una relación con Lilia Carrillo, esposa entonces de Manuel, con Fernando García Ponce, Alberto Gironella, Vlady, Enrique Echeverría y otros del grupo que luego sería conocido como La Ruptura.
Algunos de ellos, como Felguérez y Gironella, eran cuatro o cinco años mayores que yo y los consideraba mis maestros; siempre tenía muy presente su obra, el significado de eso que a mí me gusta más llamar apertura que ruptura. En ese campo de la apertura estaban también Rufino Tamayo, Carlos Mérida, Juan Soriano, Pedro Coronel, quienes tenían una obra consolidada que para mí era muy importante.
En Novedades conocí, a distancia, a José Luis Cuevas, otro integrante de La Ruptura, quien llevaba sus textos al suplemento, que eran recibidos con gran alborozo por Fernando Benítez y a los que yo les daba el mayor despliegue posible. No recuerdo si en esa época alguna vez llegué a hablar con Cuevas.
Imagen de una generación
Al salir del INBA, me integré a Difusión Cultural de la UNAM, que dirigía Jaime García Terrés, quien también tenía a su cargo la Revista de la Universidad, que era mensual y pretendía tener un nivel superior al del suplemento de Novedades, aunque en ambas publicaciones participaba casi el mismo equipo de escritores. Así fui conociendo, no sé en qué orden, a Juan García Ponce, Juan Vicente Melo, Emilio García Riera, Jorge Ibargüengoitia, Elena Poniatowska, Salvador Elizondo… y por un motivo o por otro, teniendo en cuenta mi timidez, me hice amigo de todos ellos. Esa es mi primera imagen de una generación que culmina con Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco —y que en pintura podría terminar con Toledo.
La relación entre todo ese grupo era de amigos y había una gran convivencia entre gente de distintas disciplinas. El teatro se estaba renovando con Juan José Gurrola, José Luis Ibáñez, Alejandro Jorodowsky —el de entonces, el bueno, no el actual que es una cosa rara. En el cine, empezaban Arturo Ripstein, Jorge Fons, Felipe Cazals; estaba el grupo Nuevo Cine, apoyado en cierto sentido por Luis Buñuel, y todos teníamos como centro La Casa del Lago, de la UNAM.
Vicente Rojo (Barcelona, 1932) es confundador de Ediciones Era y miembro destacado de la generación de La Ruptura, como diseñador gráfico es autor —entre otras— de la portada de Cien años de soledad.
Vicente Rojo (Barcelona, 1932) es confundador de Ediciones Era y miembro destacado de la generación de La Ruptura, como diseñador gráfico es autor —entre otras— de la portada de Cien años de soledad. Foto: Pascual Borzelli Iglesias
Ese grupo, en el que teníamos la presencia de Octavio Paz y Luis Cardoza y Aragón en la crítica de arte y donde también estaban Jaime Sabines, Vicente Leñero y muchos otros, con los años ha crecido enormemente y se ha fragmentado, lo cual crea una riqueza mayor.
Actualmente no sé cómo se relacionan los jóvenes, lo que sí veo en los pintores de veinte, treinta o cuarenta años, es que todos sobreviven y hacen un trabajo espléndido, lo mismo que los escritores. A veces me pregunto: ¿en esta época tan difícil, cómo se sostienen, cómo logran vivir de lo que hacen? Para mí eso es un misterio. Y luego están las editoriales, las grandes, por supuesto, pero hay muchísimas editoriales pequeñas en las que los escritores nuevos —y los no tan nuevos— están publicando. Creo que México vive un momento culturalmente rico que, me atrevo a decir, tuvo sus orígenes en esos años sesenta en los que se abrieron tantas posibilidades, tantos caminos, y en los que resultan esenciales Jaime García Terrés y Fernando Benítez.
Ediciones ERA
Hace cincuenta años yo hacía mis diseños para el INBA y Difusión Cultural de la UNAM, pero como independiente, porque no estaba en sus plantillas. Los hacía en la Imprenta Madero, que era pequeña y tenía algunas horas libres que yo pensé aprovechar para editar algunos libros, ese es el origen de ERA, uno de los trabajos de los que más orgulloso me siento.
No sabía a dónde podía llegar con esa idea, afortunadamente tuve el apoyo de los hermanos Expresate: Jordi, Francisco y Neus y del padre de ellos, don Tomás, uno de los dueños de la librería y de la imprenta Madero, quien a pesar de que el proyecto debió parecerle una locura de jóvenes —ninguno de nosotros había cumplido treinta años— nunca nos negó su ayuda.
Cuando comenzamos a publicar, Neus estaba —creo— en Estados Unidos, afortunadamente llegó a los siete u ocho meses y se hizo cargo de la editorial. Por mi parte, busqué la colaboración de mis amigos de La Ruptura, de la Revista de la Universidad y de México en la Cultura, en especial de Fernando Benítez, autor de nuestros dos primeros libros.
Durante todo ese tiempo, Neus y yo íbamos orientándonos sobre las posibilidades de mantenernos como una editorial independiente y pequeña, pero ERA fue creciendo y aparecieron nuestras primeras colecciones, como Alacena, que publicaba a los más jóvenes: Juan García Ponce, José Emilio Pacheco, Sergio Pitol, Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis…
A Neus y a mí —sobre todo a ella— nunca nos ha gustado hablar de ERA, porque pensamos que de una editorial es muy fácil conocer la historia si se estudia su catálogo, ahí están los temas y autores que ha publicado. Así que si alguien quiere saber cómo han sido los cincuenta años de esta editorial tiene que recorrer su catálogo, ahí está lo que que ha sido y seguirá siendo, ahí están por ejemplo Los indios de México de Fernando Benítez o las obras completas (26 tomos) de José Revueltas, autores como Augusto Monterroso y Gabriel García Márquez… en fin, son muchos y es muy delicado seguirlos nombrando porque siempre quedarán algunos pendientes.
En aquel momento, a principios de los sesenta, estaban las editoriales del INBA, de la UNAM, el Fondo de Cultura Económica, Porrúa, pero no había ninguna que recogiera el trabajo de autores que surgían de la apertura, del enriquecimiento de la cultura mexicana, y nosotros ocupamos ese hueco con una editorial pequeña, novedosa, con imágenes y temas diferentes. Poco después que nosotros aparecieron Joaquín Mortiz y Siglo XXI, creadas, respectivamente, por dos editores excepcionales: Joaquín Diez Canedo y el doctor Arnaldo Orfila.
Benítez y los suplementos culturales
Fernando Benítez, para mí, fue una persona simplemente excepcional. Era muy crítico, tenía una gran capacidad para reconocer a los nuevos talentos y un sentido del humor que lo volvía entrañable. No hacía publicaciones para que estuvieran a sus órdenes, sino al servicio de la cultura, de los jóvenes y de los mayores, a los que él admiraba y quería muchísimo. En México en la Cultura estaban desde Alfonso Reyes hasta escritores latinoamericanos como Germán Arciniegas, Alejo Carpentier, Benjamín Carrión, que aparecía siempre en la página tres del suplemento.
Benítez tenía una gran idea de lo que era la cultura y una enorme visión de México; llevaba una estrechísima relación con la vida política y social y siempre estaba haciendo reportajes. Tenía un encanto personal y una manera de ser que no a todos les caía bien, porque a veces era agresivo, aunque generalmente con razón. Lo quise mucho y tuvimos una relación extraordinaria. Para mí fue un apoyo fundamental, lo fue para ediciones ERA —por ejemplo, él recomendó la trilogía sobre Trotsky de Isaac Deutscher—, fue una gente muy cercana, muy colaboradora, particularmente interesada en los jóvenes, a quienes apoyó de manera entusiasta.
Con Fernando Benítez conocí la importancia de los suplementos culturales, y veo de una manera muy dolorosa su declive en México. No me explico a qué se debe la reducción, no sólo de los suplementos sino de las páginas culturales en los diarios. La crítica —literaria, de arte— es infinitamente inferior a la que existía hace quince o veinte años. Me acuerdo que a fines de los cincuenta o en los sesenta, uno exponía por primera vez y, siendo un perfecto desconocido, tenía cuando menos una nota en cada periódico. Ahora veo exposiciones formidables de las que nadie escribe, y eso tiene que ver con la reducción del espacio dedicado a la crítica, a las páginas culturales, a los suplementos.
La vida cultural en México es enorme, muy rica, pero tengo la impresión de que la prensa no la refleja.
España y México
Nunca extrañé España, hacerlo hubiera sido extrañar diecisiete años terribles; los tengo muy presentes, forman parte de mi vida, significaron si no enseñanzas culturales, sí enseñanzas humanas que me han acompañado siempre, pero mi país, desde que llegué, ha sido México. Yo sabía que aquí me iba a quedar, pero nunca dije: “Soy mexicano, qué contento estoy”. Me di cuenta de que era mexicano catorce años después de llegar, cuando me tomé un año sabático en Barcelona, a donde fui a visitar a mi padre que había regresado, estaba enfermo y yo quería que conociera a sus nietos. Entonces me di cuenta de que México me había ganado; estaba trabajando encerrado, como trabajo casi siempre en la pintura, cuando me di cuenta de que era mexicano. Eso fue en 1964, vino el 68 y supe que mis problemas, que mis querencias, que mis amores, estaban en México.
En septiembre de 1960, Ediciones ERA publicó La batalla de Cuba, reportaje de Fernando Benítez sobre la revolución cubana. Con ese título comenzó su historia la editorial fundada por los hermanos Espresate (Neus, Jordi y Enrique), Vicente Rojo y José Azorín, hijos de refugiados españoles y quienes con las iniciales de sus apellidos le dieron nombre al proyecto que enriqueció el panorama literario con nuevas voces y tendencias —y que con una clara vocación de izquierda recogería textos de autores como Adolfo Sánchez Vázquez, Pablo González Casanova, György Lukács y Antonio Gramsci.
El segundo libro publicado por ERA fue otro reportaje de Benítez: Viaje a la Tarahumara, a partir de entonces su catálogo registra una gran cantidad de obras y autores de indudable trascendencia, entre los que se encuentran Carlos Fuentes (Aura), Gabriel García Márquez (El coronel no tiene quien le escriba), Friedrich Katz (Pancho Villa), José Lezama Lima (Paradiso), Malcolm Lowry (Bajo el volcán), Carlos Monsiváis (Días de guardar), Augusto Monterroso (La oveja negra y demás fábulas), José Emilio Pacheco (de Los elementos de la noche a La edad de las tinieblas y Como la lluvia), Sergio Pitol (El tañido de la flauta), Elena Poniatowska (La noche de Tlatelolco) y José Revueltas (Obra completa).
domingo, 19 de septiembre de 2010
jueves, 16 de septiembre de 2010
Poema Amor Condusse Noi Ad Una Morte de Xavier Villaurrutia
Amar es una angustia, una pregunta,
una suspensa y luminosa duda;
es un querer saber todo lo tuyo
y a la vez un temor de al fin saberlo.
Amar es reconstruir, cuando te alejas,
tus pasos, tus silencios, tus palabras,
y pretender seguir tu pensamiento
cuando a mi lado, al fin inmóvil, callas.
Amar es una cólera secreta,
una helada y diabólica soberbia.
Amar es no dormir cuando en mi lecho
sueñas entre mis brazos que te ciñen,
y odiar el sueño en que, bajo tu frente,
acaso en otros brazos te abandonas.
Amar es escuchar sobre tu pecho,
hasta colmar la oreja codiciosa,
el rumor de tu sangre y la marea
de tu respiración acompasada.
Amar es absorber tu joven savia
y juntar nuestras bocas en un cauce
hasta que de la brisa de tu aliento
se impregnen para siempre mis entrañas.
Amar es una envidia verde y muda,
una sutil y lúcida avaricia.
Amar es provocar el dulce instante
en que tu piel busca mi piel despierta;
saciar a un tiempo la avidez nocturna
y morir otra vez la misma muerte
provisional, desgarradora, oscura.
Amar es una sed, la de la llaga
que arde sin consumirse ni cerrarse,
y el hambre de una boca atormentada
que pide más y más y no se sacia.
Amar es una insólita lujuria
y una gula voraz, siempre desierta.
Pero amar es también cerrar los ojos,
dejar que el sueño invada nuestro cuerpo
como un río de olvido y de tinieblas,
y navegar sin rumbo, a la deriva:
porque amar es, al fin, una indolencia.
Tomado de: http://www.poemasde.net/amor-condusse-noi-ad-una-morte-xavier-villaurrutia/
Más Poemas del Autor en: http://www.poemasde.net/poemas-de-xavier-villaurrutia/
FuegosGustavoSanchez.mp4
Ayer 15 de septiembre de 2010. Festejamos el Bicentenario de nuestra Independencia y el Centenario de nuestra Revolución Mexicana: Algunas tomas de los Fuegos Artificiales en Pleno Zocalo Pletorico de Espectadores.
miércoles, 15 de septiembre de 2010
martes, 14 de septiembre de 2010
sábado, 11 de septiembre de 2010
domingo, 15 de agosto de 2010
Leopold Mozart - Kindersinfonie -Allegro-
Leopold Mozart, el padre del gran Wolfgang Amadeus Mozart, nació en 1719 en Augsburgo (Alemania) y murió en 1787 en Salzburgo (Austria). Estaba casado con Anna Maria Perti. De este matrimonio nacieron un hijo, el gran Wolfgang Amadeus y una hija Nannerl.
sábado, 14 de agosto de 2010
Mejores escenas del cine jamás X - Intervista, Federico Fellini
No hay mucho que decir. La Dolce Vita es una de mis tres películas favoritas de la historia del cine. Marcello y Anita se reencuentran en "Intervista", 26 años después, viendose por primera vez desde que se transformaran en historia, en leyenda y en ícono.
jueves, 12 de agosto de 2010
domingo, 8 de agosto de 2010
El barril de amontillado [Cuento. Texto completo], Edgar Allan Poe.
El barril de amontillado
Lo mejor que pude había soportado las mil injurias de Fortunato. Pero cuando llegó el insulto, juré vengarme. Ustedes, que conocen tan bien la naturaleza de mi carácter, no llegarán a suponer, no obstante, que pronunciara la menor palabra con respecto a mi propósito. A la larga, yo sería vengado. Este era ya un punto establecido definitivamente. Pero la misma decisión con que lo había resuelto excluía toda idea de peligro por mi parte. No solamente tenía que castigar, sino castigar impunemente. Una injuria queda sin reparar cuando su justo castigo perjudica al vengador. Igualmente queda sin reparación cuando ésta deja de dar a entender a quien le ha agraviado que es él quien se venga.
Es preciso entender bien que ni de palabra, ni de obra, di a Fortunato motivo para que sospechara de mi buena voluntad hacia él. Continué, como de costumbre, sonriendo en su presencia, y él no podía advertir que mi sonrisa, entonces, tenía como origen en mí la de arrebatarle la vida.
Aquel Fortunato tenía un punto débil, aunque, en otros aspectos, era un hombre digno de toda consideración, y aun de ser temido. Se enorgullecía siempre de ser un entendido en vinos. Pocos italianos tienen el verdadero talento de los catadores. En la mayoría, su entusiasmo se adapta con frecuencia a lo que el tiempo y la ocasión requieren, con objeto de dedicarse a engañar a los millionaires ingleses y austríacos. En pintura y piedras preciosas, Fortunato, como todos sus compatriotas, era un verdadero charlatán; pero en cuanto a vinos añejos, era sincero. Con respecto a esto, yo no difería extraordinariamente de él. También yo era muy experto en lo que se refiere a vinos italianos, y siempre que se me presentaba ocasión compraba gran cantidad de éstos.
Una tarde, casi al anochecer, en plena locura del Carnaval, encontré a mi amigo. Me acogió con excesiva cordialidad, porque había bebido mucho. El buen hombre estaba disfrazado de payaso. Llevaba un traje muy ceñido, un vestido con listas de colores, y coronaba su cabeza con un sombrerillo cónico adornado con cascabeles. Me alegré tanto de verle, que creí no haber estrechado jamás su mano como en aquel momento.
-Querido Fortunato -le dije en tono jovial-, éste es un encuentro afortunado. Pero ¡qué buen aspecto tiene usted hoy! El caso es que he recibido un barril de algo que llaman amontillado, y tengo mis dudas.
-¿Cómo? -dijo él-. ¿Amontillado? ¿Un barril? ¡Imposible! ¡Y en pleno Carnaval!
-Por eso mismo le digo que tengo mis dudas -contesté-, e iba a cometer la tontería de pagarlo como si se tratara de un exquisito amontillado, sin consultarle. No había modo de encontrarle a usted, y temía perder la ocasión.
-¡Amontillado!
-Tengo mis dudas.
-¡Amontillado!
-Y he de pagarlo.
-¡Amontillado!
-Pero como supuse que estaba usted muy ocupado, iba ahora a buscar a Luchesi. Él es un buen entendido. Él me dirá...
-Luchesi es incapaz de distinguir el amontillado del jerez.
-Y, no obstante, hay imbéciles que creen que su paladar puede competir con el de usted.
-Vamos, vamos allá.
-¿Adónde?
-A sus bodegas.
-No mi querido amigo. No quiero abusar de su amabilidad. Preveo que tiene usted algún compromiso. Luchesi...
-No tengo ningún compromiso. Vamos.
-No, amigo mío. Aunque usted no tenga compromiso alguno, veo que tiene usted mucho frío. Las bodegas son terriblemente húmedas; están materialmente cubiertas de salitre.
-A pesar de todo, vamos. No importa el frío. ¡Amontillado! Le han engañado a usted, y Luchesi no sabe distinguir el jerez del amontillado.
Diciendo esto, Fortunato me cogió del brazo. Me puse un antifaz de seda negra y, ciñéndome bien al cuerpo mi roquelaire, me dejé conducir por él hasta mi palazzo. Los criados no estaban en la casa. Habían escapado para celebrar la festividad del Carnaval. Ya antes les había dicho que yo no volvería hasta la mañana siguiente, dándoles órdenes concretas para que no estorbaran por la casa. Estas órdenes eran suficientes, de sobra lo sabía yo, para asegurarme la inmediata desaparición de ellos en cuanto volviera las espaldas.
Cogí dos antorchas de sus hacheros, entregué a Fortunato una de ellas y le guié, haciéndole encorvarse a través de distintos aposentos por el abovedado pasaje que conducía a la bodega. Bajé delante de él una larga y tortuosa escalera, recomendándole que adoptara precauciones al seguirme. Llegamos, por fin, a los últimos peldaños, y nos encontramos, uno frente a otro, sobre el suelo húmedo de las catacumbas de los Montresors.
El andar de mi amigo era vacilante, y los cascabeles de su gorro cónico resonaban a cada una de sus zancadas.
-¿Y el barril? -preguntó.
-Está más allá -le contesté-. Pero observe usted esos blancos festones que brillan en las paredes de la cueva.
Se volvió hacia mí y me miró con sus nubladas pupilas, que destilaban las lágrimas de la embriaguez.
-¿Salitre? -me preguntó, por fin.
-Salitre -le contesté-. ¿Hace mucho tiempo que tiene usted esa tos?
-¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem!...!
A mi pobre amigo le fue imposible contestar hasta pasados unos minutos.
-No es nada -dijo por último.
-Venga -le dije enérgicamente-. Volvámonos. Su salud es preciosa, amigo mío. Es usted rico, respetado, admirado, querido. Es usted feliz, como yo lo he sido en otro tiempo. No debe usted malograrse. Por lo que mí respecta, es distinto. Volvámonos. Podría usted enfermarse y no quiero cargar con esa responsabilidad. Además, cerca de aquí vive Luchesi...
-Basta -me dijo-. Esta tos carece de importancia. No me matará. No me moriré de tos.
-Verdad, verdad -le contesté-. Realmente, no era mi intención alarmarle sin motivo, pero debe tomar precauciones. Un trago de este medoc le defenderá de la humedad.
Y diciendo esto, rompí el cuello de una botella que se hallaba en una larga fila de otras análogas, tumbadas en el húmedo suelo.
-Beba -le dije, ofreciéndole el vino.
Llevóse la botella a los labios, mirándome de soslayo. Hizo una pausa y me saludó con familiaridad. Los cascabeles sonaron.
-Bebo -dijo- a la salud de los enterrados que descansan en torno nuestro.
-Y yo, por la larga vida de usted.
De nuevo me cogió de mi brazo y continuamos nuestro camino.
-Esas cuevas -me dijo- son muy vastas.
-Los Montresors -le contesté- era una grande y numerosa familia.
-He olvidado cuáles eran sus armas.
-Un gran pie de oro en campo de azur. El pie aplasta a una serpiente rampante, cuyos dientes se clavan en el talón.
-¡Muy bien! -dijo.
Brillaba el vino en sus ojos y retiñían los cascabeles. También se caldeó mi fantasía a causa del medoc. Por entre las murallas formadas por montones de esqueletos, mezclados con barriles y toneles, llegamos a los más profundos recintos de las catacumbas. Me detuve de nuevo, esta vez me atreví a coger a Fortunato de un brazo, más arriba del codo.
-El salitre -le dije-. Vea usted cómo va aumentando. Como si fuera musgo, cuelga de las bóvedas. Ahora estamos bajo el lecho del río. Las gotas de humedad se filtran por entre los huesos. Venga usted. Volvamos antes de que sea muy tarde. Esa tos...
-No es nada -dijo-. Continuemos. Pero primero echemos otro traguito de medoc.
Rompí un frasco de vino de De Grave y se lo ofrecí. Lo vació de un trago. Sus ojos llamearon con ardiente fuego. Se echó a reír y tiró la botella al aire con un ademán que no pude comprender.
Le miré sorprendido. El repitió el movimiento, un movimiento grotesco.
-¿No comprende usted? -preguntó.
-No -le contesté.
-Entonces, ¿no es usted de la hermandad?
-¿Cómo?
-¿No pertenece usted a la masonería?
-Sí, sí -dije-; sí, sí.
-¿Usted? ¡Imposible! ¿Un masón?
-Un masón -repliqué.
-A ver, un signo -dijo.
-Éste -le contesté, sacando de debajo de mi roquelaire una paleta de albañil.
-Usted bromea -dijo, retrocediéndo unos pasos-. Pero, en fin, vamos por el amontillado.
-Bien -dije, guardando la herramienta bajo la capa y ofreciéndole de nuevo mi brazo.
Apoyóse pesadamente en él y seguimos nuestro camino en busca del amontillado. Pasamos por debajo de una serie de bajísimas bóvedas, bajamos, avanzamos luego, descendimos después y llegamos a una profunda cripta, donde la impureza del aire hacía enrojecer más que brillar nuestras antorchas. En lo más apartado de la cripta descubríase otra menos espaciosa. En sus paredes habían sido alineados restos humanos de los que se amontonaban en la cueva de encima de nosotros, tal como en las grandes catacumbas de París.
Tres lados de aquella cripta interior estaban también adornados del mismo modo. Del cuarto habían sido retirados los huesos y yacían esparcidos por el suelo, formando en un rincón un montón de cierta altura. Dentro de la pared, que había quedado así descubierta por el desprendimiento de los huesos, veíase todavía otro recinto interior, de unos cuatro pies de profundidad y tres de anchura, y con una altura de seis o siete. No parecía haber sido construido para un uso determinado, sino que formaba sencillamente un hueco entre dos de los enormes pilares que servían de apoyo a la bóveda de las catacumbas, y se apoyaba en una de las paredes de granito macizo que las circundaban.
En vano, Fortunato, levantando su antorcha casi consumida, trataba de penetrar la profundidad de aquel recinto. La débil luz nos impedía distinguir el fondo.
-Adelántese -le dije-. Ahí está el amontillado. Si aquí estuviera Luchesi...
-Es un ignorante -interrumpió mi amigo, avanzando con inseguro paso y seguido inmediatamente por mí.
En un momento llegó al fondo del nicho, y, al hallar interrumpido su paso por la roca, se detuvo atónito y perplejo. Un momento después había yo conseguido encadenarlo al granito. Había en su superficie dos argollas de hierro, separadas horizontalmente una de otra por unos dos pies. Rodear su cintura con los eslabones, para sujetarlo, fue cuestión de pocos segundos. Estaba demasiado aturdido para ofrecerme resistencia. Saqué la llave y retrocedí, saliendo del recinto.
-Pase usted la mano por la pared -le dije-, y no podrá menos que sentir el salitre. Está, en efecto, muy húmeda. Permítame que le ruegue que regrese. ¿No? Entonces, no me queda más remedio que abandonarlo; pero debo antes prestarle algunos cuidados que están en mi mano.
-¡El amontillado! -exclamó mi amigo, que no había salido aún de su asombro.
-Cierto -repliqué-, el amontillado.
Y diciendo estas palabras, me atareé en aquel montón de huesos a que antes he aludido. Apartándolos a un lado no tardé en dejar al descubierto cierta cantidad de piedra de construcción y mortero. Con estos materiales y la ayuda de mi paleta, empecé activamente a tapar la entrada del nicho. Apenas había colocado al primer trozo de mi obra de albañilería, cuando me di cuenta de que la embriaguez de Fortunato se había disipado en gran parte. El primer indicio que tuve de ello fue un gemido apagado que salió de la profundidad del recinto. No era ya el grito de un hombre embriagado. Se produjo luego un largo y obstinado silencio. Encima de la primera hilada coloqué la segunda, la tercera y la cuarta. Y oí entonces las furiosas sacudidas de la cadena. El ruido se prolongó unos minutos, durante los cuales, para deleitarme con él, interrumpí mi tarea y me senté en cuclillas sobre los huesos. Cuando se apaciguó, por fin, aquel rechinamiento, cogí de nuevo la paleta y acabé sin interrupción las quinta, sexta y séptima hiladas. La pared se hallaba entonces a la altura de mi pecho. De nuevo me detuve, y, levantando la antorcha por encima de la obra que había ejecutado, dirigí la luz sobre la figura que se hallaba en el interior.
Una serie de fuertes y agudos gritos salió de repente de la garganta del hombre encadenado, como si quisiera rechazarme con violencia hacia atrás.
Durante un momento vacilé y me estremecí. Saqué mi espada y empecé a tirar estocadas por el interior del nicho. Pero un momento de reflexión bastó para tranquilizarme. Puse la mano sobre la maciza pared de piedra y respiré satisfecho. Volví a acercarme a la pared, y contesté entonces a los gritos de quien clamaba. Los repetí, los acompañé y los vencí en extensión y fuerza. Así lo hice, y el que gritaba acabó por callarse.
Ya era medianoche, y llegaba a su término mi trabajo. Había dado fin a las octava, novena y décima hiladas. Había terminado casi la totalidad de la oncena, y quedaba tan sólo una piedra que colocar y revocar. Tenía que luchar con su peso. Sólo parcialmente se colocaba en la posición necesaria. Pero entonces salió del nicho una risa ahogada, que me puso los pelos de punta. Se emitía con una voz tan triste, que con dificultad la identifiqué con la del noble Fortunato. La voz decía:
-¡Ja, ja, ja! ¡Je, je, je! ¡Buena broma, amigo, buena broma! ¡Lo que nos reiremos luego en el palazzo, ¡je, je, je!, a propósito de nuestro vino! ¡Je, je, je!
-El amontillado -dije.
-¡Je, je, je! Sí, el amontillado. Pero, ¿no se nos hace tarde? ¿No estarán esperándonos en el palazzo Lady Fortunato y los demás? Vámonos.
-Sí -dije-; vámonos ya.
-¡Por el amor de Dios, Montresor!
-Sí -dije-; por el amor de Dios.
En vano me esforcé en obtener respuesta a aquellas palabras. Me impacienté y llamé en alta voz:
-¡Fortunato!
No hubo respuesta, y volví a llamar.
-¡Fortunato!
Tampoco me contestaron. Introduje una antorcha por el orificio que quedaba y la dejé caer en el interior. Me contestó sólo un cascabeleo. Sentía una presión en el corazón, sin duda causada por la humedad de las catacumbas. Me apresuré a terminar mi trabajo. Con muchos esfuerzos coloqué en su sitio la última piedra y la cubrí con argamasa. Volví a levantar la antigua muralla de huesos contra la nueva pared. Durante medio siglo, nadie los ha tocado. In pace requiescat!
Tomado de la: Biblioteca Digital Ciudad Seva
Dirección-e: http://www.ciudadseva.com
Lo mejor que pude había soportado las mil injurias de Fortunato. Pero cuando llegó el insulto, juré vengarme. Ustedes, que conocen tan bien la naturaleza de mi carácter, no llegarán a suponer, no obstante, que pronunciara la menor palabra con respecto a mi propósito. A la larga, yo sería vengado. Este era ya un punto establecido definitivamente. Pero la misma decisión con que lo había resuelto excluía toda idea de peligro por mi parte. No solamente tenía que castigar, sino castigar impunemente. Una injuria queda sin reparar cuando su justo castigo perjudica al vengador. Igualmente queda sin reparación cuando ésta deja de dar a entender a quien le ha agraviado que es él quien se venga.
Es preciso entender bien que ni de palabra, ni de obra, di a Fortunato motivo para que sospechara de mi buena voluntad hacia él. Continué, como de costumbre, sonriendo en su presencia, y él no podía advertir que mi sonrisa, entonces, tenía como origen en mí la de arrebatarle la vida.
Aquel Fortunato tenía un punto débil, aunque, en otros aspectos, era un hombre digno de toda consideración, y aun de ser temido. Se enorgullecía siempre de ser un entendido en vinos. Pocos italianos tienen el verdadero talento de los catadores. En la mayoría, su entusiasmo se adapta con frecuencia a lo que el tiempo y la ocasión requieren, con objeto de dedicarse a engañar a los millionaires ingleses y austríacos. En pintura y piedras preciosas, Fortunato, como todos sus compatriotas, era un verdadero charlatán; pero en cuanto a vinos añejos, era sincero. Con respecto a esto, yo no difería extraordinariamente de él. También yo era muy experto en lo que se refiere a vinos italianos, y siempre que se me presentaba ocasión compraba gran cantidad de éstos.
Una tarde, casi al anochecer, en plena locura del Carnaval, encontré a mi amigo. Me acogió con excesiva cordialidad, porque había bebido mucho. El buen hombre estaba disfrazado de payaso. Llevaba un traje muy ceñido, un vestido con listas de colores, y coronaba su cabeza con un sombrerillo cónico adornado con cascabeles. Me alegré tanto de verle, que creí no haber estrechado jamás su mano como en aquel momento.
-Querido Fortunato -le dije en tono jovial-, éste es un encuentro afortunado. Pero ¡qué buen aspecto tiene usted hoy! El caso es que he recibido un barril de algo que llaman amontillado, y tengo mis dudas.
-¿Cómo? -dijo él-. ¿Amontillado? ¿Un barril? ¡Imposible! ¡Y en pleno Carnaval!
-Por eso mismo le digo que tengo mis dudas -contesté-, e iba a cometer la tontería de pagarlo como si se tratara de un exquisito amontillado, sin consultarle. No había modo de encontrarle a usted, y temía perder la ocasión.
-¡Amontillado!
-Tengo mis dudas.
-¡Amontillado!
-Y he de pagarlo.
-¡Amontillado!
-Pero como supuse que estaba usted muy ocupado, iba ahora a buscar a Luchesi. Él es un buen entendido. Él me dirá...
-Luchesi es incapaz de distinguir el amontillado del jerez.
-Y, no obstante, hay imbéciles que creen que su paladar puede competir con el de usted.
-Vamos, vamos allá.
-¿Adónde?
-A sus bodegas.
-No mi querido amigo. No quiero abusar de su amabilidad. Preveo que tiene usted algún compromiso. Luchesi...
-No tengo ningún compromiso. Vamos.
-No, amigo mío. Aunque usted no tenga compromiso alguno, veo que tiene usted mucho frío. Las bodegas son terriblemente húmedas; están materialmente cubiertas de salitre.
-A pesar de todo, vamos. No importa el frío. ¡Amontillado! Le han engañado a usted, y Luchesi no sabe distinguir el jerez del amontillado.
Diciendo esto, Fortunato me cogió del brazo. Me puse un antifaz de seda negra y, ciñéndome bien al cuerpo mi roquelaire, me dejé conducir por él hasta mi palazzo. Los criados no estaban en la casa. Habían escapado para celebrar la festividad del Carnaval. Ya antes les había dicho que yo no volvería hasta la mañana siguiente, dándoles órdenes concretas para que no estorbaran por la casa. Estas órdenes eran suficientes, de sobra lo sabía yo, para asegurarme la inmediata desaparición de ellos en cuanto volviera las espaldas.
Cogí dos antorchas de sus hacheros, entregué a Fortunato una de ellas y le guié, haciéndole encorvarse a través de distintos aposentos por el abovedado pasaje que conducía a la bodega. Bajé delante de él una larga y tortuosa escalera, recomendándole que adoptara precauciones al seguirme. Llegamos, por fin, a los últimos peldaños, y nos encontramos, uno frente a otro, sobre el suelo húmedo de las catacumbas de los Montresors.
El andar de mi amigo era vacilante, y los cascabeles de su gorro cónico resonaban a cada una de sus zancadas.
-¿Y el barril? -preguntó.
-Está más allá -le contesté-. Pero observe usted esos blancos festones que brillan en las paredes de la cueva.
Se volvió hacia mí y me miró con sus nubladas pupilas, que destilaban las lágrimas de la embriaguez.
-¿Salitre? -me preguntó, por fin.
-Salitre -le contesté-. ¿Hace mucho tiempo que tiene usted esa tos?
-¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem!...!
A mi pobre amigo le fue imposible contestar hasta pasados unos minutos.
-No es nada -dijo por último.
-Venga -le dije enérgicamente-. Volvámonos. Su salud es preciosa, amigo mío. Es usted rico, respetado, admirado, querido. Es usted feliz, como yo lo he sido en otro tiempo. No debe usted malograrse. Por lo que mí respecta, es distinto. Volvámonos. Podría usted enfermarse y no quiero cargar con esa responsabilidad. Además, cerca de aquí vive Luchesi...
-Basta -me dijo-. Esta tos carece de importancia. No me matará. No me moriré de tos.
-Verdad, verdad -le contesté-. Realmente, no era mi intención alarmarle sin motivo, pero debe tomar precauciones. Un trago de este medoc le defenderá de la humedad.
Y diciendo esto, rompí el cuello de una botella que se hallaba en una larga fila de otras análogas, tumbadas en el húmedo suelo.
-Beba -le dije, ofreciéndole el vino.
Llevóse la botella a los labios, mirándome de soslayo. Hizo una pausa y me saludó con familiaridad. Los cascabeles sonaron.
-Bebo -dijo- a la salud de los enterrados que descansan en torno nuestro.
-Y yo, por la larga vida de usted.
De nuevo me cogió de mi brazo y continuamos nuestro camino.
-Esas cuevas -me dijo- son muy vastas.
-Los Montresors -le contesté- era una grande y numerosa familia.
-He olvidado cuáles eran sus armas.
-Un gran pie de oro en campo de azur. El pie aplasta a una serpiente rampante, cuyos dientes se clavan en el talón.
-¡Muy bien! -dijo.
Brillaba el vino en sus ojos y retiñían los cascabeles. También se caldeó mi fantasía a causa del medoc. Por entre las murallas formadas por montones de esqueletos, mezclados con barriles y toneles, llegamos a los más profundos recintos de las catacumbas. Me detuve de nuevo, esta vez me atreví a coger a Fortunato de un brazo, más arriba del codo.
-El salitre -le dije-. Vea usted cómo va aumentando. Como si fuera musgo, cuelga de las bóvedas. Ahora estamos bajo el lecho del río. Las gotas de humedad se filtran por entre los huesos. Venga usted. Volvamos antes de que sea muy tarde. Esa tos...
-No es nada -dijo-. Continuemos. Pero primero echemos otro traguito de medoc.
Rompí un frasco de vino de De Grave y se lo ofrecí. Lo vació de un trago. Sus ojos llamearon con ardiente fuego. Se echó a reír y tiró la botella al aire con un ademán que no pude comprender.
Le miré sorprendido. El repitió el movimiento, un movimiento grotesco.
-¿No comprende usted? -preguntó.
-No -le contesté.
-Entonces, ¿no es usted de la hermandad?
-¿Cómo?
-¿No pertenece usted a la masonería?
-Sí, sí -dije-; sí, sí.
-¿Usted? ¡Imposible! ¿Un masón?
-Un masón -repliqué.
-A ver, un signo -dijo.
-Éste -le contesté, sacando de debajo de mi roquelaire una paleta de albañil.
-Usted bromea -dijo, retrocediéndo unos pasos-. Pero, en fin, vamos por el amontillado.
-Bien -dije, guardando la herramienta bajo la capa y ofreciéndole de nuevo mi brazo.
Apoyóse pesadamente en él y seguimos nuestro camino en busca del amontillado. Pasamos por debajo de una serie de bajísimas bóvedas, bajamos, avanzamos luego, descendimos después y llegamos a una profunda cripta, donde la impureza del aire hacía enrojecer más que brillar nuestras antorchas. En lo más apartado de la cripta descubríase otra menos espaciosa. En sus paredes habían sido alineados restos humanos de los que se amontonaban en la cueva de encima de nosotros, tal como en las grandes catacumbas de París.
Tres lados de aquella cripta interior estaban también adornados del mismo modo. Del cuarto habían sido retirados los huesos y yacían esparcidos por el suelo, formando en un rincón un montón de cierta altura. Dentro de la pared, que había quedado así descubierta por el desprendimiento de los huesos, veíase todavía otro recinto interior, de unos cuatro pies de profundidad y tres de anchura, y con una altura de seis o siete. No parecía haber sido construido para un uso determinado, sino que formaba sencillamente un hueco entre dos de los enormes pilares que servían de apoyo a la bóveda de las catacumbas, y se apoyaba en una de las paredes de granito macizo que las circundaban.
En vano, Fortunato, levantando su antorcha casi consumida, trataba de penetrar la profundidad de aquel recinto. La débil luz nos impedía distinguir el fondo.
-Adelántese -le dije-. Ahí está el amontillado. Si aquí estuviera Luchesi...
-Es un ignorante -interrumpió mi amigo, avanzando con inseguro paso y seguido inmediatamente por mí.
En un momento llegó al fondo del nicho, y, al hallar interrumpido su paso por la roca, se detuvo atónito y perplejo. Un momento después había yo conseguido encadenarlo al granito. Había en su superficie dos argollas de hierro, separadas horizontalmente una de otra por unos dos pies. Rodear su cintura con los eslabones, para sujetarlo, fue cuestión de pocos segundos. Estaba demasiado aturdido para ofrecerme resistencia. Saqué la llave y retrocedí, saliendo del recinto.
-Pase usted la mano por la pared -le dije-, y no podrá menos que sentir el salitre. Está, en efecto, muy húmeda. Permítame que le ruegue que regrese. ¿No? Entonces, no me queda más remedio que abandonarlo; pero debo antes prestarle algunos cuidados que están en mi mano.
-¡El amontillado! -exclamó mi amigo, que no había salido aún de su asombro.
-Cierto -repliqué-, el amontillado.
Y diciendo estas palabras, me atareé en aquel montón de huesos a que antes he aludido. Apartándolos a un lado no tardé en dejar al descubierto cierta cantidad de piedra de construcción y mortero. Con estos materiales y la ayuda de mi paleta, empecé activamente a tapar la entrada del nicho. Apenas había colocado al primer trozo de mi obra de albañilería, cuando me di cuenta de que la embriaguez de Fortunato se había disipado en gran parte. El primer indicio que tuve de ello fue un gemido apagado que salió de la profundidad del recinto. No era ya el grito de un hombre embriagado. Se produjo luego un largo y obstinado silencio. Encima de la primera hilada coloqué la segunda, la tercera y la cuarta. Y oí entonces las furiosas sacudidas de la cadena. El ruido se prolongó unos minutos, durante los cuales, para deleitarme con él, interrumpí mi tarea y me senté en cuclillas sobre los huesos. Cuando se apaciguó, por fin, aquel rechinamiento, cogí de nuevo la paleta y acabé sin interrupción las quinta, sexta y séptima hiladas. La pared se hallaba entonces a la altura de mi pecho. De nuevo me detuve, y, levantando la antorcha por encima de la obra que había ejecutado, dirigí la luz sobre la figura que se hallaba en el interior.
Una serie de fuertes y agudos gritos salió de repente de la garganta del hombre encadenado, como si quisiera rechazarme con violencia hacia atrás.
Durante un momento vacilé y me estremecí. Saqué mi espada y empecé a tirar estocadas por el interior del nicho. Pero un momento de reflexión bastó para tranquilizarme. Puse la mano sobre la maciza pared de piedra y respiré satisfecho. Volví a acercarme a la pared, y contesté entonces a los gritos de quien clamaba. Los repetí, los acompañé y los vencí en extensión y fuerza. Así lo hice, y el que gritaba acabó por callarse.
Ya era medianoche, y llegaba a su término mi trabajo. Había dado fin a las octava, novena y décima hiladas. Había terminado casi la totalidad de la oncena, y quedaba tan sólo una piedra que colocar y revocar. Tenía que luchar con su peso. Sólo parcialmente se colocaba en la posición necesaria. Pero entonces salió del nicho una risa ahogada, que me puso los pelos de punta. Se emitía con una voz tan triste, que con dificultad la identifiqué con la del noble Fortunato. La voz decía:
-¡Ja, ja, ja! ¡Je, je, je! ¡Buena broma, amigo, buena broma! ¡Lo que nos reiremos luego en el palazzo, ¡je, je, je!, a propósito de nuestro vino! ¡Je, je, je!
-El amontillado -dije.
-¡Je, je, je! Sí, el amontillado. Pero, ¿no se nos hace tarde? ¿No estarán esperándonos en el palazzo Lady Fortunato y los demás? Vámonos.
-Sí -dije-; vámonos ya.
-¡Por el amor de Dios, Montresor!
-Sí -dije-; por el amor de Dios.
En vano me esforcé en obtener respuesta a aquellas palabras. Me impacienté y llamé en alta voz:
-¡Fortunato!
No hubo respuesta, y volví a llamar.
-¡Fortunato!
Tampoco me contestaron. Introduje una antorcha por el orificio que quedaba y la dejé caer en el interior. Me contestó sólo un cascabeleo. Sentía una presión en el corazón, sin duda causada por la humedad de las catacumbas. Me apresuré a terminar mi trabajo. Con muchos esfuerzos coloqué en su sitio la última piedra y la cubrí con argamasa. Volví a levantar la antigua muralla de huesos contra la nueva pared. Durante medio siglo, nadie los ha tocado. In pace requiescat!
Tomado de la: Biblioteca Digital Ciudad Seva
Dirección-e: http://www.ciudadseva.com
martes, 3 de agosto de 2010
EL PRINCIPITO de ANTOIN DE SAINT-EXUPÉRY
SÍNTESIS DEL ARGUMENTO
Duranteuna travesía por el desierto del Sahara, el avión piloteado por el protagonista sufre una descompostura y tiene que aterrizar sobre la arena. De repente aparece un muchachito que le pide que le haga unos dibujos. El piloto se sorprende de la presencia del muchachito, que no parece estar perdido, ni muerto de hambre ni de sed. Platicando con él se entera que su planeta es del tamaño de una casa, en él hay árboles enormes llamados baobabs que dan semillas que al germinar infestan el suelo y hay que arrancarlas rápidamente; tiene una rosa y tres volcanes que limpiar y su única distracción es ver las puestas de sol. Cuenta que un día, aprovechando una bandada de pájaros emigrantes que pasaban por su planeta, salió de él a conocer otros mundos.
En el primer mundo que visitó vivía un rey, quien quería ser obedecido en todo, hasta en lo absurdo; en el segundo un vanidoso, quien quería seraplaudido. En el tercero había un bebedor, quien decía beber para olvidar; en el cuarto estaba un hombre de negocios, que estaba muy ocupado contando las estrellas y se consideraba riquísimo por poseerlas. En el quinto planeta había un farolero que tenía el encargo de prender y apagar el farol para alumbrar a los demás; en el sexto un geógrafo recibía a los exploradores y tomaba nota de sus informaciones; se emocionó al conocer al Principito, pero se desilusionó al saber lo pequeño que era su planeta y le aconsejó visitar el planeta Tierra... Es así como llegó al África.
En el desierto, el Principito encontró a una serpiente, quien le dijo que era poderosa y podía ayudarle -cuando él decidiera- a regresar a su planeta; también conoció al eco, que le repetía sus mismas palabras y nunca contestó a sus preguntas. Encontró un jardín cuajado de rosas, al verlo se entristeció y se lamentó: "me creía rico con una flor única y sólo poseo una rosa ordinaria"... y tendido en la hierba, lloró.
Después apareció un zorro, quien le pidió que lo domesticara para poder jugar con él y le explicó: "domesticar es crear vínculos"..."Tú no eres para mí más que un muchachito igual a otros cien mil, pero si tú me domesticas tú serás para mí único en el mundo y yo seré para ti único en el mundo, entonces tendremos necesidad el uno del otro." El Principito y el zorro se veían todos los días a la misma hora y así el muchacho fue domesticando al zorro. Llegó el día de la partida y al despedirse, el zorro dijo al Principito: "Ve a ver las rosas y comprenderás que la tuya es única en el mundo". Después le confió su secreto: "Sólo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible para los ojos"... "El tiempo que invertiste en tu rosa es lo que la hace importante, te haces responsable de lo que has domesticado."
Mientras el piloto intenta reparar la nave, el pequeño permanece a su lado contándole sus aventuras. Al cabo de varios días, el aviador concluye los arreglos y puede regresar a la civilización, en tanto que el Principito, que vagaba por el desierto buscando la forma de regresar a su planeta, lo consigue con la ayuda de la serpiente.
MIRA A SU ESTRELLA, RETORNA A SU ORIGEN (Fragmento)
Me alegra -dijo el principito- que hayas arreglado ya la avería del avión. Así podrás volver a tu tierra...
- ¿Cómo lo sabes? No respondió a mi pregunta y añadió:
- También yo vuelvo hoy a mi planeta... y terminó melancólico:
- ¡Es mucho más lejos... y más difícil!... El me dijo:
- Esta noche hará un año. Mi estrella se encontrará
justamente arriba del lugar, donde yo caí el año anterior.
- Pequeño buen hombrecito, ¿verdad que no es más que un mal sueño esta historia de la serpiente, de la cita y de la estrella?
Pero no respondió mi pregunta. Me dijo:
- Lo que es importante no se ve...
- Seguramente.
- Es como la flor. Si tú amas a una flor que se encuentra en una estrella, es dulce en la noche mirar al cielo. Todas las estrellas están floridas.
- Seguramente.
- Es como con el agua. La que tú me has dado a beber
era como una música a causa de la polea y de la cuerda...,
¿tú te acuerdas?... iera buena!
- Seguramente.
- Mirarás la noche, las estrellas. Es demasiado pequeño donde yo vivo para que te muestre dónde se encuentra la mía. Es mejor así. Mi estrella será para ti una de esas estrellas. Entonces te gustará contemplar todas las estrellas... Todas serán tus amigas. Y después yo voy a hacerte un regalo...
Se rió de nuevo.
- iAh! Pequeño buen hombrecito, pequeño buen hombrecito, ime gusta oír esa risa!
- Precisamente ese será mi regalo... será como el agua...
- ¿Qué quieres decir?
- Las estrellas no son la misma cosa para todos. Para algunos que viajan, las estrellas son guías. Para otros no son más que pequeñas luces, para otros que son sabios son problemas. Para mi hombre de negocios eran oro. Pero todas esas estrellas callan. Tú tendrás estrellas como nadie ha tenido...
- ¿Qué quieres decir?
- Cuando veas al cielo, la noche, puesto que yo viviré
en una de ellas, eso será para ti como si rieran todas las estrellas. iTú tendrás estrellas que saben reír!
Y él rió otra vez.
-.-.-.-.-.-.
Posible nota interpretativa:
El Principito deja su mundo porque se siente solo. Pese a que ahí tiene todo para ser feliz no se involucre con nada. Tiene vida emocional, su rosa, pero no la valora. Tiene trabajo, cortar las hierbas y cuidar los baobabs, y sin embargo hace una rutina de ello. Igual tiene ideales, ver las puestas de sol y las contempla solo y tiene vida interior, deshollinar los volcanes. Su soledad viene del aislamiento emocional, de apartarse del amor, de no querer recibir ni dar.
El ZORRO (representa al amigo), quien le enseña que es responsable de lo que se ama y que la amistad es una forma de amor.
JARDÍN DE ROSAS (representa a la mujer).
Primero ve que su rosa le mintió, no es única, pero descubre que lo que hace importante es la convivencia y el cuidado que él le ha tenido.
EL AVIADOR (representa al mentor). Le enseña la importancia de la compañía protectora.
LA SERPIENTE (representa a la muerte). Le hace ver que ella es el medio para retornar a su origen.
El Principito se da cuenta que extraña su mundo, que es allá donde tiene sus pertenencias y decide regresar a hacerse cargo de ellas, utilizando lo que le han enseñado. HA APRENDIDO A AMAR. Erich Fromm da 4 características del amor: CUIDADO, CONOCIMIENTO, RESPETO, RESPONSABILIDAD (¿A quién amas realmente? ¿Por quién eres amado? ¿A quién no amas? ¿Qué evades?)
El Principito viejo tiene que morir para que surja el nuevo. Tiene que mirar a su estrella en lo alto y volver a donde él pertenece.
domingo, 1 de agosto de 2010
miércoles, 28 de julio de 2010
domingo, 25 de julio de 2010
viernes, 23 de julio de 2010
"El vestido de la novia" de Max Ernest.
Autor: Max Ernst
Fecha: 1939
Museo: Colección Particular
Características: 130 x 96 cm.
Material: Oleo sobre tabla
Estilo: Surrealismo
Ernst es, junto con Miró, el que mejor lleva a cabo la surrealización de la actividad artística. No le interesa sólo conseguir una imagen final de carácter surrealista; para él la realización de la obra es una actividad surrealista en sí. En este sentido cualquier técnica es válida con tal de conseguir, con la mayor perfección, el equivalente de la escritura automática, es decir: la anulación radical de la razón en el proceso de creación. Para Ernst no es el sueño el que da lugar a la imagen, al contrario. La imagen se desarrolla en el cuadro y el artista es el espectador de su propia obra, a cuya realización asiste. El sueño no nos lleva a sus imágenes, sus imágenes nos remiten al sueño. Ernst no pinta lo soñado, sueña lo pintado; por eso algunos le han considerado el más surrealista de todos.
En esta obra que contemplamos Ernst nos presenta el ritual de preparación para la boda, pero teñido de elementos inquietantes, sugiriendo que el enlace no es muy admitido. El amenazador gesto de la figura armada o el llanto del hermafrodita producen un intenso contraste con la exhuberancia del manto de la novia, que llega incluso a cubrir su rostro. Este manto posiblemente esté inspirado en una descripción de Breton: "hecho de la repetición infinita de las pequeñas plumas de un pájaro extraño, que usan los caciques de Hawai".
Tomado de: ARTEHISTORIA - Arte Español - Ficha El vestido de la novia
www.artehistoria.jcyl.es
ARTEHISTORIA - Arte Español - Lienzo pintado por Ernst en 1939 dentro de la estética surrealista.
Lo que el niño enseña al hombre
Para el sujeto que juega, para el niño o el hombre que participa efectivamente en las actividades creadoras, todo tiene la asombrosa novedad del descubrimiento; su ocupaciòn es ajena al recuerdo, ni siquiera està inventando, sino contemplando con los sentidos despiertos el milagro de una nueva creaciòn donde cada experiencia tiene la calidad de un hecho efectivo y concreto que a sido sublimado por la conciencia y donde cada percepciòn es una nueva valoraciòn sin precedentes.
Ficha Bibliográfica:
"Lo que el niño enseña al hombre"
Josè Gordillo
C.E.M.P.A.E.
Centro para el estudio de medios y procedimientos avanzados de la educaciòn.
Primera ediciòn 1973
Segunda ediciòn 1977
Tomado del Blog: Día a día, gota a gota; abril de 2007. C-e: http://diaadiagotaagota.blogspot.com
jueves, 22 de julio de 2010
Suma, Resta, Multiplicación y División.
Suma:
Cada noche de amor de que has gozado.
Los oros de la tarde en agonía.
La ardiente languidez del mediodía.
Añade los recuerdos más dichosos
disfrutados al lado de tus hijos.
Los incitantes de paz que has disfrutado.
Un "gracias"... que has sentido muy sincero.
El afecto de un amigo verdadero
y los amaneceres venturosos...
Resta:
Las noches de amor que no han llegado.
La tarde aquella en que tu amor moría.
La traición que conociste un mediodía.
Quita todos los instantes tormentos
y decepciones al crecer los hijos.
Las horas de tristeza que has pasado.
La ingratitud de quien no fue sincero.
Las ofensas de una amigo traicionero
y los amaneceres nebulosos.
Divide:
Entre alguien cuando sufre, tu sonrisa
y haz su dolor y su pesar más leve.
La última moneda que te queda
entre el pobre, el anciano abandonado
y el que está en una cama aprisionado.
Parte tu corazón y tu cariño
con quien será en la vida siempre niño.
Divide tu tormento de alegría
y de felicidad aunque sea breve...
Multiplica:
Tu fe con oraciones
y todos tus esfuerzos por ser bueno.
Multiplica tus obras, tus acciones.
Multiplica tu afán por darte plenos.
Feliz aquel que en su existir aplica
las cuatro operaciones principales.
De lo que bueno recibió a raudales
resiste amargura, decepción y males
y si del saldo divide los caudales,
verá que el que divide multiplica...
Rosina Guerrero de Alvarado.
Tomado del Muro de mi amiga: Isabel Bruno.
miércoles, 21 de julio de 2010
martes, 20 de julio de 2010
El árbol de los amigos
Existen personas en nuestras vidas que nos hacen felices por la simple casualidad de haberse cruzado en nuestro camino.
Algunas recorren el camino a nuestro lado, viendo muchas lunas pasar, más otras apenas vemos entre un paso y otro.
A todas las llamamos amigos y hay muchas clases de ellos. Tal vez cada hoja de un árbol caracteriza uno de nuestros amigos. El primero que nace del brote es nuestro amigo papá y nuestra amiga mamá, que nos muestra lo que es la vida.
Después vienen los amigos hermanos, con quienes dividimos nuestro espacio para que puedan florecer como nosotros. Pasamos a conocer a toda la familia de hojas a quienes respetamos y deseamos el bien.
Mas el destino nos presenta a otros amigos, los cuales no sabíamos que irían a cruzarse en nuestro camino. A muchos de ellos los denominamos amigos del alma, de corazón. Son sinceros, son verdaderos. Saben cuando no estamos bien, saben lo que nos hace feliz. Y a veces uno de esos amigos del alma estalla en nuestro corazón y entonces es llamado un amigo enamorado. Ese da brillo a nuestros ojos, música a nuestros labios, saltos a nuestros pies.
Mas también hay de aquellos amigos por un tiempo, tal vez unas vacaciones o unos días o unas horas. Ellos acostumbran a colocar muchas sonrisas en nuestro rostro, durante el tiempo que estamos cerca.
Hablando de cerca, no podemos olvidar a amigos distantes, aquellos que están en la punta de las ramas y que cuando el viento sopla siempre aparecen entre una hoja y otra.
El tiempo pasa, el verano se vá, el otoño se aproxima y perdemos algunas de nuestras hojas, algunas nacen en otro verano y otras permanecen por muchas estaciones. Pero lo que nos deja más felices es que las que cayeron continúan cerca, alimentando nuestra raíz con alegría. Son recuerdos de momentos maravillosos de cuando se cruzaron en nuestro camino.
Te deseo, hoja de mi árbol, paz, amor, salud, suerte y prosperidad. Hoy y siempre... Simplemente porque cada persona que pasa en nuestra vida es única. Siempre deja un poco de sí y se lleva un poco de nosotros. Habrá los que se llevarán mucho, pero no habrá de los que no nos dejaran nada.
Esta es la mayor responsabilidad de nuestra vida y la prueba evidente de que Dos Almas no se encuentran por Casualidad
Jorge Luis Borges.
Envíado por: Silvina Soledad Dauria.
lunes, 19 de julio de 2010
¡Nunca Pienses en la Suerte, porqué la Suerte es el Pretexto de los Fracasados!
No culpes a nadie, nunca te quejes de nada ni de nadie, porque fundamentalmente tú has hecho tu vida.
Acepta la responsabilidad de edificarte a tí mismo, y el valor de acusarte en el fracaso para volver a empezar otra vez, corrigiéndote.
Nuca te quejes del ambiente ó de quienes te rodean, hay quienes en tu mismo ambiente supieron vencer. Las circunstancias son buenas ó malas según la voluntad ó la fortaleza de tu corazón.
Aprende a convertir toda situación difícil en una arma para luchar.
No te quejes de tu pobreza, de tu soledad ó de tu suerte, enfréntate con valor y acepta que de una u otra manera son el resultado de tus actos, y la prueba que has de ganar.
No te amargues de tu propio fracaso, ni se lo cargues a otro, acéptate ahora ó seguiras justificándote como un niño.
Recuerda que cualquier momento es bueno para comenzar, y que ninguno es tan terrible para claudicar.
Deja ya de engañarte, eres la causa de ti mismo, de tu necesidad, de tu dolor, de tu fracaso.
Si tu has sido el ignorante, el irresponsable, tú, únicamente tú, nadie pudo haber sido tú.
No olvides nunca, que la causa de tu presencia es tu pasado, como la causa de tu futuro es tu presente.
Aprende de los fuertes, de los valientes, de los audaces, imita a los enérgicos, a los vencedores, a quienes no aceptan situaciones, a quienes vencieron a pesar de todo.
Piensa menos en tus problemas y más en tu trabajo, y tus problemas sin alimento morirán.
Aprende a nacer desde el dolor y a ser más grande, que es el más grande de los obstáculos.
Mírate en el espejo de ti mismo.
Comienza a ser sincero contigo mismo, reconociéndote por tu valor, por tu voluntad y por tu debilidad para justificarte.
Recuerda que dentro de ti hay una fuerza que todo puede hacerlo; reconociéndote a tí mismo más libre y más fuerte, dejarás de ser un títere de las circunstancias, porque tú mismo eres tu destino.
Levántate y mira por las mañanas, y respira la luz del amanecer.
Tú eres la parte de la fuerza de la vida.
Ahora despierta, camina, lucha.
Decídete de una vez y triunfarás en la vida.
¡NUNCA PIENSES EN LA SUERTE, PORQUE LA SUERTE ES EL PRETEXTO DE LOS FRACASADOS!
Pablo Neruda
Tomado del Muro de Facebook de Isabel Bruno.
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