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miércoles, 27 de enero de 2010

El Maestro y la Educación

Recopilación hecha Enrique Zúñiga Topete

El perfecto maestro es el que gracias a sus experiencias y a sus vivencias interiormente es inmensamente rico.

La inteligencia es la capacidad de percibir lo esencial, lo que “es” y educación es el proceso de despertar esta capacidad en nosotros mismos y en los demás. La inteligencia es la capacidad de comprender los procesos de la vida; es la percepción de los verdaderos valores. El intelecto es el pensamiento en función independiente de la emoción, mientras que la inteligencia es la capacidad para sentir y para razonar; y hasta que no nos acercamos a la vida con inteligencia, en vez de con el intelecto únicamente, o con sólo la emoción, no habrá sistema educativo o político en el mundo que nos salve de las calamidades, del caos y de la destrucción

La educación debe despertar en el individuo la capacidad para comprenderse a sí mismo. La educación en su verdadero sentido es la comprensión de uno mismo, porque dentro de cada uno de nosotros es donde se concentra la totalidad de la existencia. La verdadera educación, al mismo tiempo que estimula el aprendizaje de una técnica, debe de realizar algo de mayor importancia, a sentir el proceso integral de la vida. La educación en el verdadero sentido, capacita al individuo para ser maduro y libre; para florecer abundantemente en amor y bondad. Sólo el amor puede crear la comprensión de los demás.

Otra función de la educación es crear nuevos valores. Implantar únicamente en la mente del niño valores ya existentes para moldearlo conforme a ciertos ideales, es condicionarlo sin despertar su inteligencia. No pensemos en términos de principios e ideas, por el contrario, prestemos atención a las cosas tal como son; porque es la consideración de lo que es lo que despierta la inteligencia, y la inteligencia del educador es mucho más importante que su conocimiento de un nuevo método de educación.

Considerando los problemas que en la actualidad vive el mundo, cada vez es más evidente que el maestro necesita que se le eduque. No es cuestión de que se le eduque sólo al niño, sino también al educador, pues él lo necesita mucho más que el niño. El alumno, después de todo, es como una tierna planta que ha de necesitar de guía, de ayuda; pero si él que brinda ayuda es incapaz, ignorante, estrecho, fanático, regionalista y otras cosas más, es natural que su producto sea lo que él es. Y educar al maestro es mucho más difícil que educar al niño, porque el educador ya está definido, fijo. Su función es puramente rutinaria, porque en realidad no le interesa el proceso del pensamiento, el cultivo de la inteligencia. No hace más que impartir instrucción: y un hombre que sólo brinda informaciones cuando el mundo entero cruje en sus oídos, no es ciertamente un educador. Es necesario que el maestro consagre todo su pensamiento, todo su esmero, todo su afecto, a crear el ambiente apropiado, la atmósfera conveniente, para que, cuando el niño crezca y alcance la madurez, sea capaz de enfrentarse con cualquier problema humano que se le plantee.

Para estudiar a un niño, uno tiene que estar alerta, vigilante, sensible, receptivo; y esto requiere mucho mayor inteligencia y afecto para animarlo y seguir un ideal. La verdadera educación consiste en comprender al niño tal y como es, sin imponerle un ideal de lo opinemos que debiera ser. El educador debe de estar dotado de gran comprensión y poseer la fuerza de la paciencia y el amor. Es sólo en la libertad individual que el amor y la bondad pueden florecer, y sólo una conveniente educación puede ofrecer esa libertad.

La cooperación entre el maestro y el alumno es imposible si no hay afecto y respeto mutuos. Cuando hay amor hay consideración, no sólo para los niños, sino para todo ser humano. Educar a un niño requiere observación, inteligencia, cuidado. La verdadera educación es consecuencia de la transformación de nosotros mismos.

La educación religiosa en su verdadero sentido, ha de estimular al niño a comprender su propia relación con las personas, con las cosas y la naturaleza. No hay existencia sin relación; y sin el conocimiento de sí mismo toda relación con uno o con muchos, trae conflictos y dolores. La verdadera religión es el cultivo de la libertad en la búsqueda de la verdad. Debemos de aprender con claridad y sin prejuicios, para no sentirnos interiormente esclavizados y temerosos.

Educar a un niño es ayudarlo a comprender la libertad y la integración. Para tener libertad tiene que haber orden, que sólo la virtud puede dar; y la integración sólo se produce en medio de una gran sencillez. Debemos ser sencillos en nuestra vida interna y en nuestras necesidades externas. Cuando hay integración de la mente y el corazón en cada acción cotidiana, es que puede haber inteligencia y transformación interna, por ello debemos de ayudar al niño a entender el proceso total de su ser.

Se llega a la libertad únicamente mediante el conocimiento de sí mismo en las actividades cotidianas; es decir, en las relaciones con la gente, con las cosas, con las ideas y con la naturaleza.

Tener una mente abierta es más importante que el aprendizaje; nosotros podemos tener una mente receptiva, no atiborrándola de información, sino comprendiendo nuestros propios pensamientos y sentimientos, observándonos cuidadosamente a nosotros mismos y estudiando las influencias que nos rodean, oyendo a los demás, observando a los ricos y a los pobres, a los poderosos y a los humildes.

Si la vida ha de vivirse felizmente con pensamiento, con cuidado, con afecto, entonces es muy importante que nos entendamos; y si deseamos formar una sociedad verdaderamente iluminada, debemos tener educadores que entiendan el proceso de la integración, y que sean por lo tanto capaces de impartir ese entendimiento a sus alumnos.

Los maestros inteligentes son flexibles en el ejercicio de sus facultades; al mismo tiempo que tratan de ser individualmente libres, se ajustan a los reglamentos y hacen lo necesario por el beneficio de toda la escuela. Un serio interés es el principio de la inteligencia, y ambos se fortalecen por el principio de la aplicación.

Debe haber cooperación liberal entre todos los maestros de una escuela verdadera. Todos los maestros de la escuela deben reunirse con frecuencia para hablar de los varios problemas de la escuela; y cuando hayan convenido proceder de una manera determinada, evidentemente no debe haber dificultad alguna para llevar a feliz término lo que se ha decidido.

Si hay mutua confianza, cualquier dificultad o malentendido no será simplemente desechado, sino que se le hará frente para resolverlo, y así la confianza será restablecida. El acuerdo feliz es posible sólo cuando hay un sentido de igualdad absoluta entre todos. La verdadera educación debe de ayudar también al alumno a descubrir sus intereses. Si el niño no descubre su verdadera vocación, toda su vida le parecerá un fracaso, se sentirá frustrado haciendo lo que no quiere hacer.

El maestro debe de decirles a los padres lo que está tratando de hacer en beneficio de sus hijos, y cómo es lo que está haciendo. Tiene que despertar la confianza de los padres, no asumiendo la actitud de un especialista que trabaja con profanos ignorantes, sino hablando con ellos del temperamento del niño, de sus dificultades y aptitudes, de sus avances y sus limitaciones, en fin, de todo lo relacionado con la conducta del niño. Si el maestro está realmente interesado en el niño como individuo, los padres tendrán confianza en él. En estos procesos el maestro educa a los padres y se educa a sí mismo, aprendiendo de ellos a la vez.

La verdadera educación es una tarea mutua, que exige paciencia, consideración y afecto.

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